lunes, 3 de marzo de 2008

Aunque no pueda jugar...

L L U E V E... llueve
l
u
e
v
e...

Así están las cosas. Las noticias, las ideas, los impresiones, todas pasadas por agua. Dice el pronóstico que seguirá lloviendo, entonces Buenos Aires se llena de paragüas zigzagueantes y un murmullo quejumbroso que se repite en coro. Y yo busco desorientada algo que leer, pero los libros que encuentro a mi alcance parecen tener títulos inadecuados, o bien, al abrirlos, me decepcionan por la asepsia del papel con que están hechos. Estoy condenada a quedarme acá.

Por otra parte, la lluvia no me incomoda, como a la mayoría de las personas. Me encanta la sinfonía de sensaciones que despierta en mí. La lluvia nos moja la piel y ya no podemos dejar de ignorarla, la sentimos a cada segundo. La lluvia nos iguala, nos vulnera y hermana con cualquier extraño que camina por la misma acera. Nos muestra también los verdes más verdes desde las copas de los árboles, los grises más grises desde el smog citadino y las grietas de los viejos edificios. Y nos hace sentir miserablemente humanos. Pero me gusta.
Recuerdo unos versos que leí en la escuela. Tendría nueve años y formaban parte de una de esas poesías inocuas que aparecen en los libros de lectura de primaria, decían algo así:

"Me gustan los días grises
aunque no pueda jugar;
me gusta saber que,
a veces, el cielo puede llorar"

Siempre me pregunto porqué se habrán grabado esos versos en mi memoria. ¿Será que me gustaba la idea del cielo llorando?¿habré sentido que si el infinito cielo lloraba todavía quedaban esperanzas?. No lo creo. Más bien me parece que me agradó la imposibilidad de jugar. La poesía probablemente hacía alusión al encierro obligado al que suelen verse sometidos los niños ante tales condiciones climáticas. No deja de ser algo anacrónico, los niños de hoy sólo juegan dentro del confort de sus casas, con sus consolas de juego o computadoras. Pero hay cierta verdad en la premisa. En días grises como hoy es difícil jugar, sostener la careta. Nos hacemos menos leves, entonces llevar el peso de nuestra persona nos deja exhaustos. No tenemos fuerzas suficientes para fingir ser alguién más o escondernos de nosotros y del resto... Por eso todos ponen tanto afán en no mojarse, para no sumarse más peso encima... y también para intentar cierto disfraz en esa ocupación fútil. Así están las cosas.
LLueve.


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