Voy desgranando versos, me gustan. Me parecen frescos con la frescura de la góndola de congelados del supermercado, pero también con la frescura de las lloviznas de invierno.
Algunos poemas me gustaron más que otros; algunos fueron más vibrantes, otros más empaquetados ( poemas trabajados, pulidos, en cajitas muy bien envueltas, de esos que te enseñan a envolver en talleres literarios), pero en líneas generales el poemario me gustó mucho.
Me quedé con la sensación de que soy caníbal, pero de mi misma; que me consumo todos los días. Me voy comiendo en cuotas. En mi desayuno, que trata de hacer equilibrio entre lo que me gusta y los productos bajos en calorías; en las extracciones que hago del cajero automático, siempre atenta a no pisar el descubierto; en las idas a la peluquería, cada vez más distantes una de otra; en las revistas que adquiero en el puesto de la esquina, porque no puedo pasar por ahí y quedarme con las manos vacías; en las pechugas de pollo que compro, siempre deshuesadas; en mi afición por descubrir nuevas variedades de té en las góndolas del supermercado; en los débitos cargados a la tarjeta de crédito, aunque sean de organizaciones humanitarias; así me voy consumiendo. Soy el producto que adquiero cada mañana al empezar el día, y que devoro en cada acto, cada gesto, de mujer post-moderna de clase media.
Me siento algo indigesta y endeudada.
Un durazno (Consumidor final, 2003)
Morder el verano,
morder el sol entero
por 1,80 el kilo.
Este durazno recién llegado a casa
fue apenas sueño de árbol escondido
alentado por el fertilizante,
después fue flor y fruto verde solo
protegido de plagas y de heladas
por cinco pesticidas,
engordado por lluvias y riego por goteo,
cosechado por Pablo Luis Ojeda
oriundo de Río Negro
que tumba en un colchón de gomaespuma
su cuerpo dolorido cada noche.
Cargado en un camión que avanza bajo el cielo
maduró este durazno con el viaje,
después llegó al mercado,
atravesó las mafias,
fue a parar a una cámara de frío
que le fijó el color
y lo detuvo durante cuatro meses
cerca de San Cristóbal
hasta que lo compró Supermercados Disco,
y lo llevó a la sucursal 14
sector verdulería de autoservice
donde yo lo elegí, lo embolsé, lo hice pesar
lo tiré en el carrito
al lado del pan Fargo, las pechugas,
junto al Skip Intelligent y el queso,
lo llevé hasta la caja, le leyeron
su código de barras,
lo pagué, lo reembolsé con nailon,
lo traje caminando hasta mi casa
cruzando la avenida,
bordeando el hospital,
entre ciegos, cirujas, policías,
lo subí en ascensor
y llegó a la mesada de mármol sin golpearse.
Entonces lo libré de las dos bolsas,
le lavé el pesticida en la canilla,
le lavé todo el cansancio del camión, el humo,
la noche de las manos de Pablo Luis Ojeda,
le saqué la etiqueta de la marca
y lo mordí con ganas de matarlo,
lo asesiné con dientes, mandíbulas y lengua
y a pesar de la química, de la distancia muerta,
a pesar de la larga cadena intermediaria,
me encontré allá en el fondo de su sueño amarillo
con esa flor primera que perfumaba el viento.
La mariposa
En la ropa colgada, en el yuyal,
atrás de los galpones y la siesta
vuela una mariposa de sangre.
A pique las cigarras
desploman todo el sol dentro un balde.
Sólo la mariposa
escapa a lo monótono que cae.
En el calor volteado
sólo su brillo flota.
Un latido posado sobre un pasto,
las alas encendidas en el aire,
en torno a la humildad de las gallinas,
arriba en el verano,
abajo en la extensión de la culebra,
la brasa de sus solamente alas
circunda las camisas.
Con liviandad de soplo
vuela la mariposa en el cansancio,
vuela con su color de sangre que aliviana
el sueño de las sábanas mojadas.
Todo cae en la siesta.
Salvo la mariposa.
Extraídos del blog personal del autor, donde figura el libro online, porque no pude encontrar el libro para adquirirlo. "Consumidor final" fue publicado por Editorial Bajo la luna, en el año 2003 y reúne poemas escritos en el período 1997- 2002.
http://pedromairal.blogspot.com/2007/04/consumidor-final.html
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1 comentario:
Me ha gustado mucho tu reflexión final sobre el "canibalismo"; da que pensar...
Podríamos ver cada una de nuestras costumbres, de nuestros hábitos, de ese "siempre yo" como códigos de barra invisibles, jeroglíficos que nos identifican cada día al hacer lo que siempre hacemos, eso que dice que somos X y no Y. Si lo miramos por acá, puede asustarnos la repetición diaria; si lo miramos por allá, es lo que conforma nuestra identidad.
Pero, en el fondo, estos codiguitos no permanecen inmutables, sino que se modifican a cada segundo, sólo un poquito. Seguimos siendo como ayer pero con algún nuevo ingrediente, con esa pizca de novedad contra la que es imposible luchar porque viene en el tiempo. Y, pizca a pizca, llegará el día en que cambiemos algo más: quizá decidamos comprar otra revista, arriesgarnos con un capricho compulsivo, sustituir la ruta habitual a un destino. Una mañana nos damos cuenta de que ya no nos asusta lo que hace un año o que creemos en una nueva conexión cósmica de los elementos. Y seguimos siendo yo pero diferente.
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