viernes, 30 de mayo de 2008

Todo sea por un grillo

Estoy feliz, tengo libro nuevo.
Tengo entre mis manos, bueno en este preciso momento no, porque estoy usando el teclado, pero lo tenía hasta hace un momento, el libro "Historias en la palma de la mano" de Yasunari Kawabata. Ya había dicho que tenía intención de leer toda la obra de este sensei de las letras, así que disculpen aquellos que sienten algo de hartazgo por el tema.
No voy comentar el libro porque apenas he comenzado a leerlo, pero quería compartir con los lectores de este humilde blog algo que acaba de sucederme mientras leía.
Estaba leyendo el cuento titulado "La langosta y el grillo" ("Batta to suzumushi") y volví a ser niña. Bueno, no es que no haya preservado una buena parte de la niña que fui en la mujer que hoy soy, pero recién sentí que era una niña leyendo. La historia es tan cándida que uno se contagia al leerla. Entonces, me sentí inocente de nuevo; recordé la belleza de gestos tan simples como el que narra el cuento. Un niño le regala, a través de un pequeño engaño, un grillo a una niña. Un grillo, un insecto que según creen en oriente trae suerte. Le ha mentido a los otros niños diciendo que era una langosta para que la niña, Kiyoko, se lo quede.
¿Y qué hay de espectacular en eso? Nada, obviamente. Pero Kawabata nos participa del entusiasmo de estos niños recogiendo insectos, del afán que han puesto en construir las coloridas linternas de papel en las que habrán de guardarlos. El narrador los observa, maravillado, y el lector se hace cómplice del inocente acto de espionaje.
Lo maravilloso es que en cierto instante pude dejar de mirar y, sin darme cuenta, sujetar una de las linternas. Empecé a recordar esos mágicos hallazgos de la infancia: la búsqueda de caracoles por el jardín, las mariquitas o vaquitas de san antonio recorriendo el dorso de mi mano, las supersticiones, juegos y competencias que enmarcaban mis acciones infantiles; los proyectos quiméricos que elucubraba con mi mejor amiga; las artesanías realizadas en cartulina y masa de sal; las casas y fortalezas construídas con mis hermanos; los intentos infructuosos de hacer un barrilete que pudiese volar, con mis propias manos.
Infancia. Esa etapa dónde podíamos sentirnos victoriosos o queridos por el simpre hecho de obtener un grillo. De eso se trata. Infancia. Mágica y breve, y nos ilumina para siempre.

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