miércoles, 16 de octubre de 2013

El derecho a Ser



Hoy se lleva adelante el Blog Action Day y este año el tema sugerido son los derechos humanos.  Viendo como están las cosas en el mundo, y a la vuelta de la esquina, me pareció oportuno sumarme nuevamente a la iniciativa.




Cuando uno piensa en los derechos humanos la asociación de imágenes es muy explícita. Hagan sino la prueba, cierren los ojos un momento y piensen en eso por un momento. ¿Aparecieron imágenes que representan los derechos humanos o la violación y/o supresión de los mismos?.  La carencia nos enseña el valor de lo que nos falta, la pérdida nos conmueve siempre, la oscuridad nos ayuda a entender el alcance de la luz. Entonces, quizás la cuestión es todo lo que asumimos, lo que damos por sentado. Los derechos humanos no son abstracciones grandielocuentes que se pasean por la ONU. Son una realidad palpable, intrínseca a nuestra condición humana, son parte de nuestra vida diaria. ¿Cuántos de estos derechos estoy ejerciendo en este momento? Sentada descalza frente a mi computadora, con varios libros, de poesía, política y filosofía, apilados sobre el escritorio y un café al alcance de la mano. ¿Cuántos? Más de los que se imaginan; porque elegí cómo estoy vestida, qué leo, qué escribo, qué bebo, qué uso le doy a  Internet, y elijo estar sentada  acá, en la comodidad y seguridad de mi hogar, sin el temor de que alguien venga a derribar mi puerta o un misil haga temblar las paredes de mi casa. En este preciso momento, ¿cuántos millones de personas  están en mi situación?¿Cuántas no?. Y ahí empiezo a acercarme al meollo de la cuestión.  Si comparto estos derechos con otros, partiendo de la premisa de que nuestra condición humana nos iguala, y de que soy un ser social, no puedo ejercerlos en soledad. Necesito de otros para vivir con estos derechos, necesito que los demás también los respeten y hagan valer en cada una de sus acciones. Y me viene a la mente una frase de Oscar Wilde, poco casual teniendo en cuenta que hoy es, además, aniversario de su nacimiento: "el deber es lo que esperamos que hagan los otros". Porque sí, todo derecho conlleva un deber, y no respetar un derecho es incumplir un deber. Sí, necesito de los otros, necesito compromiso colectivo, pero yo misma soy ese otro del que espero respeto por mis derechos esenciales. Entonces tengo que estar consciente de estos derechos en mi día a día, para no perderlos de vista, para asegurarme de actuar en concordancia con ellos, tengo que ser, en palabras de Gandhi, el cambio que quiero ver en el mundo. ¿Y cómo hago para no perderme en esa suma de cosas que no son tan importantes pero lo parecen? ¿Cómo hago para no dejar de "ver" a las demás personas y a mí misma? Porque estoy rodeada de información y puedo comunicarme con personas de todas partes de mundo, pero los titulares se desvanecen en el instante en que tengo que ocuparme de pagar una factura, preparar el almuerzo para mi hija o correr hasta el andén porque se va el tren. Y esa nena que murió abusada y tiene casi la misma edad de la mía es una nota de tres mil caracteres en la edición matutina,  es el comentario de las próximas horas en las redes sociales, pero mañana ya no lo será. Mañana esa niña ya no será para nosotros, como dejó de ser para sí misma cuando murió. ¿Y la tragedia de Lampedussa? ¿Cuántos derechos humanos se incumplieron a lo largo de los años para que esas personas murieran así? ¿Cómo llegaron a ese lugar y momento? No creo que este olvido recurrente se deba a malicia o indiferencia, sino a un mecanismo de defensa frente a nosotros mismos. Pasan cosas que nos conmueven, nos duelen, incluso aterran,  y nos obligan a sentir y pensar por encima de nuestra cotidianidad; el velo que cubre nuestros ojos nos es arrebatado de forma violenta y la rueda se detiene por un instante, algunos minutos u horas. Recordamos quienes somos mas allá de nuestros nombres, profesiones, géneros, idiosincracias, etc. Recordamos nuestra humanidad, esa cualidad incuestionable que nos hermana. Por eso dice la Declaración Universal de los Derechos Humanos en sus primeros artículos:

 Artículo 1
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.

 Artículo 3

Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.


Nada dice explícitamente de ser, ¿pero cuando hablamos del derecho a la vida o a la libertad no estamos hablando del derecho a ser?. Y habla de comportarse fraternalmente los unos con los otros, porque si bien es cierto eso de "mis derechos terminan donde empiezan los del otro", más cierto es aún que mis derechos no existen sin los del otro. No podemos ser verdaderamente libres sin que los demás lo sean, podemos sí, vivir en la creencia de que lo somos, pero definitvamente no es lo mismo. Podemos ajustar el velo con todas nuestras fuerzas, podemos esquivar las situaciones que amenacen con quitarlo. Podemos vivir así porque es un velo, nos permite ver lo suficiente, lo indispensable para seguir adelante. ¿Pero cuánto dejamos de ver?¿Pero cuánto dejamos de percibir, de sentir? ¿Y qué va a pasar cuando necesitemos extender nuestra mano y los demás no puedan verla?. Tengo la firme convicción de que para defender los derechos humanos, hay que aprender a vivir a través de ellos, pero, sobretodo, hay que reconocernos humanos en cada decisión que tomamos, en cada paso que damos.  Por eso propongo que, simplemente, ejerzamos el derecho a ser, siempre.

Dejo otra cita de Oscar Wilde y un fragmento de El príncipe Feliz, de su autoría, para que recordemos también la importancia de elevar nuestra mirada y poder ver más allá del lugar en el cual estamos parados.

" Vivimos en una época en la cual las cosas innecesarias son nuestra única necesidad"

Y acá les dejo el enlace para leer completo el cuento 



"-Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placer es la felicidad. Así viví y así morí y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar."