sábado, 20 de noviembre de 2010

Cometas en el cielo



Seis o cinco años atrás, escuché hablar de una novela llamada "Cometas en el cielo" (The kite Runner); era un éxito de ventas, y se la adjetivaba como: "fuerte", "violenta", "dramática", "emotiva", etc, etc, etc. Lo cierto es que a mí, personalmente, me había intrigado el título. Acababa de iniciar la escritura de un nuevo poemario al cual había decidido llamar "El país de los barriletes" ( acá en Argentina nos referimos a las cometas como barriletes) y, justamente, se trata de un conjunto de poemas que tienen como tema central a la infancia (infancia-abandono, infancia-violencia, infancia-nostalgia, infancia-sueño, infancia-juego, infancia-familia: infancia.) Entonces me dije "Qué curioso" porque me habían comentado que la historia giraba en torno a dos niños afganos. Pasaron los años, ya no sa hablaba tanto del libro y salió otro del mismo autor, llamado "Mil soles espléndidos". Me dije: ¡Qué título maravilloso, extremadamente poético! Tengo que leer alguna de estas novelas" Así, en imperativo, tengo qué. En fin, cuestión que recién hace unos cuatro meses leí la primer novela de Khaled Hosseini.
Han sido muchas sensaciones encontradas. Por empezar, dejé, intencionalmente, que pasara cierto tiempo desde su lectura, porque deseaba saber cómo me iba a sentir al respecto cuando el primer impacto se hubiese disipado.
Apenas comencé a leer el libro, me di cuenta de que no me encontraba ante una obra maestra de estilo; era, a fin de cuentas, un libro de lectura bastante accesible, que fluía sin mayores pretensiones. También aparecieron las señales de alerta, que anunciaban la naturaleza del hecho dramático central del argumento... O sea, el autor me preparaba, o no tanto, para el golpe bajo que llegaría inexorablemente. Y digo no tanto, porque en realidad el autor no advierte, sino que prepara un clima expectante que realza el efecto dramático. Llego al séptimo capítulo, donde cobra sentido el nombre del libro... Y ¡zas! me asesta el golpe, yo, que no me hago a un lado, lo recibo de plano. Pero era evidente, me digo, por qué otra razón se hubiera empecinado el autor , una y otra vez, en hablar del bueno de Hassan. Hassan el nene hazara, que es leal en el maltrato, que se muestra siempre honesto y humilde, noble con los villanos, sonriente y valiente en medio de la injusticia... Hassan es, por momentos, inverosímil de bueno. Hassan, el de la cara redonda y los ojos achinados, Hassan el buen amigo. Y uno, leyendo, se va diciendo "¿Qué va a pasarle a Hassan?"... Y uno mira con desconfianza al protagonista de la historia, a ese narrador en primera persona: Amir, el niño afgano de buena familia, el señorito que busca ser reconocido como hijo de su padre. Intuímos, sabemos, que no está a la altura de las circunstancias. Nos damos cuenta rápidamente de que no es tan honesto, ni tan noble, ni tan valiente como Hassan... No es buen amigo. Pienso "de cobardes está lleno el infierno" y me resigno ante lo inevitable.
Pero no, no todo se resume al capítulo séptimo. Quedarían muchos golpes bajos por venir. En cierta forma, el que sean varios, hace que cada vez sea más fácil digerirlos o, incluso, tragarlos sin masticar. Me quedó además la sensación de que me jugó en contra mi sensibilidad hacia determinados temas. Otros, creo, no deben haber estado tan predispuestos a sufrir con el argumento. Un mes después de leerlo seguía emocionalmente afectada; no tanto por el libro en sí, sino porque sé que la realidad de muchos niños, en Afganistán y en tantos otros sitios del mundo, se parece demasiado a la de Hassan... Y hasta la superan en violencia y dolor.
La novela no es amable, y tampoco respetuosa. Es políticamente correcta por momentos, en demasía, y en otros no tanto. Y, sin embargo, cosas para apreciar positivamente encontré varias: el antihéroe que encarna el protagonista; su culpa, su intento de redención a medias, que lo hacen más creíble y, asimismo, no le permite al lector sacarse el malestar de encima. No todo puede revertirse en la vida. No todo mal puede borrarse. Y nos deja un final, casi feliz; o bien, todo lo feliz que una historia, como la narrada, nos permite imaginar. No es un final alegre, pero nos deja entrever que, más tarde, quizás lo sea.
Otro aspecto a destacar me pareció la mención de ese eterno conflicto psicológico con la figura del padre. La búsqueda de la propia identidad frente a un padre que se muestra, o se percibe, omnipotente, infalible. La necesidad de ser reconocido por él, en ese camino tortuoso que se incia en la pubertad y, supuestamente, termina en la edad adulta. Y todo lo bueno, y todo lo malo que hacemos por, desde y para nuestros padres.
Hace cuatro meses la novela me impactó. Hoy, cuatro meses después, pocas imágenes de la misma me quedan. Es un buen libro si uno siente que está emocionalmente entumecido. Si se busca una lectura reflexiva, no creo que sea la mejor opción. Sin embargo, no lean mis palabras con tono ácido; no es esa mi intención. Disfruté este libro, aunque no lo considere relevante ante el paso del tiempo. Lo volvería a leer. Y sí, la novela hace pie en aspectos reales de la sociedad afgana... Y no, no creo que sea una novela testimonial. Notas de color étnico y drama. Y las cometas, por supuesto... Cometas que, en este caso, tienen un hilo revestido de vidrio molido. Imagínense.


Fragmentos...


"La tradición local cuenta que, una vez, mi padre luchó en Baluchistán contra un oso negro sin la ayuda de ningún tipo de arma. De haber sido cualquier otro el protagonista de la historia, habría sido desestimada por laaf, la tendencia afagana a la exageración; por desgracia, una enfermedad nacional. Cuando alguien alardeaba de que su hijo era médico, lo más probable era que el muchacho se hubiese limitado a aprobar algún exámen de biología en la escuela superior. Sin embargo, nadie ponía en duda la autenticidad de cualquier historia relacionada con Baba.Y si alguien la cuestionaba, bueno, Baba tenía aquellas tres cicatrices que descendían por su espalda en un sinuoso recorrido. Me he imaginado muchas veces a Baba librando esa batalla, incluso he soñado con ello. Y en esos sueños nunca soy capaz de distinguir a Baba del oso."


"Un mínimo de dos docenas de cometas surcaban ya el cielo. Eran como tiburones de papel en busca de su presa. En cuestión de una hora, la cantidad se dobló y el cielo se pobló de brillantes cometas rojas, azules y amarillas. Una fresca brisa revoloteaba en mi cabello. El viento era perfecto para volar, soplaba con la fuerza justa para sustentar la cometa arriba y facilitar los barridos. A mi lado, Hassan sujetaba el carrete, con las manos ensangrentadas ya por el hilo"


de "Cometas en el Cielo", Khaled Hosseini. Ediciones Salamandra, 2009.