jueves, 6 de agosto de 2009

De página a página, de rama en rama...



"El barón rampante" es uno de esos libros que todo lector, que se precie de serlo, seguramente ha leído; y probablemente lo ha hecho en la adolescencia (período lector en que se devoran clásicos y cómics casi con el mismo afán). Sin embargo, éste era uno de los eternos libros en mi extensa lista de lecturas pendientes; pendientes porque me intrigan o despiertan mis ansias, y no me resigno a no leerlos (mejor tarde que nunca).
Lo terminé de leer hace rato ya, casi dos meses. Y cuando pensaba en posibles ilustraciones para el texto, me vino a la cabeza el último post que hice para el blog. No me imagino una novela más propicia para la estética de Miyazaki que ésta. Ahora no me abandona la delirante idea de que alguien le acerque una adaptación al realizador japonés y, así poder ver, un Cosimo animado.

La lectura de esta obra de Italo Calvino me devolvió la sensación gratificante y estimulante que ocasiona leer un buen libro. Un excelente libro. Aunque se me hace difícil concebir toda una vida encaramada a los árboles, no pude evitar dejarme llevar por ese rumor a hojas y páginas, a follaje que puede estar encuadernado o no. Mientras leía me llegaba el aroma a pino y roble, a papel áspero y tapas de cuero, con un dejo a mar, allá a lo lejos. Y página a página me fui descolgando de las ramas, temerosa de volver, muy pronto, a tocar tierra. Recordé ciertas lecturas de mi infancia recostada sobre el tronco de un viejo paraíso, o bien sentada en la horqueta de un aguarabay como si la misma fuera una poltrona. Pero más que nada, me sentí transportada a esa casita en el árbol que construímos con la lectura de un libro-amigo, ése que vino para quedarse y acompañarnos.

Les dejo el link de un artículo escrito por Ítalo Calvino, titulado "Por qué leer los clásicos"
http://www.edicionesdelsur.com/articulo_209.htm
Y otro en el que cuenta cómo escribe
http://www.lamaquinadeltiempo.com/prosas/calvino01.htm

Fragmento:

"También Cosimo, como Óptimo Máximo, era el único ejemplar de una especie. En sus sueños con los ojos abiertos se veía amado por bellísimas jóvenes; pero ¿cómo encontraría el amor, él, allá en los árboles? En sus fantasías conseguía no imaginarse el lugar donde aquellas cosas sucederían, si en el suelo o allá arriba donde ahora estaba; se figuraba un lugar sin lugar, como un mundo al que se llega andando hacia arriba, no hacia abajo. Eso es: quizá era un árbol tan alto que subiendo por él se tocaba otro mundo, la luna. "