sábado, 29 de diciembre de 2007

El Señor de los Cuentos

"The flying trunk"- Kay Nielsen



Hans Christian Andersen nació el 2 de Abril de 1805, en Odense, Dinamarca. Murió setenta años después dejando un invaluable legado: decenas de cuentos maravillosos, llenos de belleza y tragedia.
Su historia personal asemeja bastante al mundo recreado en sus cuentos. Su padre fue un zapatero pobre y soñador; trabajaba por su cuenta, ajeno al gremio, situación que lo mantenía a él y a su familia en la pobreza. Sin embargo, supo este humilde zapatero alimentar la imaginación de su hijo, creando para él juegos y juguetes; colaborando, sin saber, en el origen de historias que aún hoy son leídas y recreadas en todo el mundo.
Andersen soñaba con triunfar en el teatro, pero fueron sus cuentos para niños los que lo hicieron trascender. Si bien fue contemporáneo de los hermanos Grimm, supo diferenciarse sustancialmente de ellos. Sus cuentos, a diferencia de lo que se estilaba hasta el momento, toman en cuenta el contexto histórico-social, reflejándolo en sus descripciones. Las tristezas y miserias de sus personajes conmueven profundamente, porque nos transmiten cierta veracidad; créemos en ellos, los percibimos reales, humanos.
La crueldad de la que escribe Andersen estremece porque resulta muy familiar. No es un producto de su fantasía sino una recreación de la crueldad ejercida por el hombre contra si mismo. La niñez, pura y frágil, sucumbe a un mundo que, aún bajo el polvo de hadas, no deja de ser lo que es: un lugar de claroscuros, a veces más oscuros que claros.

Algunos de los muchos cuentos que escribió son: "La Reina de las Nieves", "El traje Nuevo del Emperador", "La Princesa del Guisante", "El chelín de plata", "La Niña de los fósforos", "El lino", "La Sirenita", "El gallo de corral y la veleta", "La gota de agua", "El ruiseñor", "El Soldadito de Plomo", "La Familia Feliz","El Patito Feo",etc.




A continuación, les dejo un cuento completo y, al final del mismo, voy a copiar el link para que puedan leer algunos más si así lo desean.


"La Niña de los Fósforos" (Hans Christian Andersen)


¡Qué frío hacía!; nevaba y comenzaba a oscurecer; era la última noche del año, la noche de San Silvestre. Bajo aquel frío y en aquella oscuridad, pasaba por la calle una pobre niña, descalza y con la cabeza descubierta. Verdad es que al salir de su casa llevaba zapatillas, pero, ¡de qué le sirvieron! Eran unas zapatillas que su madre había llevado últimamente, y a la pequeña le venían tan grandes, que las perdió al cruzar corriendo la calle para librarse de dos coches que venían a toda velocidad. Una de las zapatillas no hubo medio de encontrarla, y la otra se la había puesto un mozalbete, que dijo que la haría servir de cuna el día que tuviese hijos.

Y así la pobrecilla andaba descalza con los desnudos piececitos completamente amoratados por el frío. En un viejo delantal llevaba un puñado de fósforos, y un paquete en una mano. En todo el santo día nadie le había comprado nada, ni le había dado un mísero chelín; volvíase a su casa hambrienta y medio helada, ¡y parecía tan abatida, la pobrecilla! Los copos de nieve caían sobre su largo cabello rubio, cuyos hermosos rizos le cubrían el cuello; pero no estaba ella para presumir.

En un ángulo que formaban dos casas -una más saliente que la otra-, se sentó en el suelo y se acurrucó hecha un ovillo. Encogía los piececitos todo lo posible, pero el frío la iba invadiendo, y, por otra parte, no se atrevía a volver a casa, pues no había vendido ni un fósforo, ni recogido un triste céntimo. Su padre le pegaría, además de que en casa hacía frío también; sólo los cobijaba el tejado, y el viento entraba por todas partes, pese a la paja y los trapos con que habían procurado tapar las rendijas. Tenía las manitas casi ateridas de frío. ¡Ay, un fósforo la aliviaría seguramente! ¡Si se atreviese a sacar uno solo del manojo, frotarlo contra la pared y calentarse los dedos! Y sacó uno: «¡ritch!». ¡Cómo chispeó y cómo quemaba! Dio una llama clara, cálida, como una lucecita, cuando la resguardó con la mano; una luz maravillosa. Le pareció a la pequeñuela que estaba sentada junto a una gran estufa de hierro, con pies y campana de latón; el fuego ardía magníficamente en su interior, ¡y calentaba tan bien! La niña alargó los pies para calentárselos a su vez, pero se extinguió la llama, se esfumó la estufa, y ella se quedó sentada, con el resto de la consumida cerilla en la mano.

Encendió otra, que, al arder y proyectar su luz sobre la pared, volvió a ésta transparente como si fuese de gasa, y la niña pudo ver el interior de una habitación donde estaba la mesa puesta, cubierta con un blanquísimo mantel y fina porcelana. Un pato asado humeaba deliciosamente, relleno de ciruelas y manzanas. Y lo mejor del caso fue que el pato saltó fuera de la fuente y, anadeando por el suelo con un tenedor y un cuchillo a la espalda, se dirigió hacia la pobre muchachita. Pero en aquel momento se apagó el fósforo, dejando visible tan sólo la gruesa y fría pared.

Encendió la niña una tercera cerilla, y se encontró sentada debajo de un hermosísimo árbol de Navidad. Era aún más alto y más bonito que el que viera la última Nochebuena, a través de la puerta de cristales, en casa del rico comerciante. Millares de velitas, ardían en las ramas verdes, y de éstas colgaban pintadas estampas, semejantes a las que adornaban los escaparates. La pequeña levantó los dos bracitos... y entonces se apagó el fósforo. Todas las lucecitas se remontaron a lo alto, y ella se dio cuenta de que eran las rutilantes estrellas del cielo; una de ellas se desprendió y trazó en el firmamento una larga estela de fuego.

«Alguien se está muriendo» -pensó la niña, pues su abuela, la única persona que la había querido, pero que estaba muerta ya, le había dicho-: Cuando una estrella cae, un alma se eleva hacia Dios.

Frotó una nueva cerilla contra la pared; se iluminó el espacio inmediato, y apareció la anciana abuelita, radiante, dulce y cariñosa.

-¡Abuelita! -exclamó la pequeña-. ¡Llévame, contigo! Sé que te irás también cuando se apague el fósforo, del mismo modo que se fueron la estufa, el asado y el árbol de Navidad. Se apresuró a encender los fósforos que le quedaban, afanosa de no perder a su abuela; y los fósforos brillaron con luz más clara que la del pleno día. Nunca la abuelita había sido tan alta y tan hermosa; tomó a la niña en el brazo y, envueltas las dos en un gran resplandor, henchidas de gozo, emprendieron el vuelo hacia las alturas, sin que la pequeña sintiera ya frío, hambre ni miedo. Estaban en la mansión de Dios Nuestro Señor.

Pero en el ángulo de la casa, la fría madrugada descubrió a la chiquilla, rojas las mejillas, y la boca sonriente... Muerta, muerta de frío en la última noche del Año Viejo. La primera mañana del Nuevo Año iluminó el pequeño cadáver, sentado, con sus fósforos, un paquetito de los cuales aparecía consumido casi del todo. «¡Quiso calentarse!», dijo la gente. Pero nadie supo las maravillas que había visto, ni el esplendor con que, en compañía de su anciana abuelita, había subido a la gloria del Año Nuevo.

FIN


Fuentes: Biblioteca Digital Ciudad Seva

Para leer otros cuentos:

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/andersen/hca.htm



jueves, 27 de diciembre de 2007

¿Dónde están las mariposas?

Recientemente advertí la ausencia de mariposas. Esas pequeñas criaturas de belleza frágil y aletear silencioso, ya no aparecen en las plazas, jardines y balcones. ¿Será que nuestra vida altamente urbanizada y sin pausas las espanta? ¿Se habrán refugiado en el campo o en territorios más alejados del quehacer del hombre?. ¿Habrán muerto las mariposas?. Si así fuera, ¿cómo explicaría entonces su presencia en tantos poemas?, porque la mariposa ha sido empleada como símbolo desde la época de los griegos; representando, nada más y nada menos, que al alma, entre otros tantos significados. Difícil ya es explicarnos el alma, para además tener que enfrentar un futuro sin mariposas.


A continuación, un par de poemas donde se mencionan mariposas.



"8" (Roberto Juarroz, "Úndecima Poesía Vertical", 1988)


Lastimé una mariposa
durante un sueño.
Y no sé ahora cómo hacer
para no soñarla de nuevo.

Otra mariposa
se me acercó despierto:
era la misma mariposa.

Tal vez un pacto
entre el sueño y la vigilia
me impida en adelante
reconocer otra.

O mutilado por un sueño
ya sólo puedo ver
esa única mariposa.



"Maripos Blancas" (Juan Ramón Jiménez, "Platero y Yo", 1917)


La noche cae, brumosa ya y morada. Vagas claridades malvas y verdes perduran tras la torre de la iglesia. El camino sube, lleno de sombras, de campanillas, de fragancia de yerba, de canciones, de cansancio y de anhelo. De pronto, un hombre oscuro, con una gorra y un pincho, roja un instante la cara fea por la luz del cigarro, baja a nosotros de una casucha miserable, perdida entre sacas de carbón. Platero se amedrenta.

-¿Ba argo?

-Vea usted... Mariposas blancas...

El hombre quiere clavar su pincho de hierro en el seroncillo, y no lo evito. Abro la alforja y él no ve nada. Y el alimento ideal pasa, libre y cándido, sin pagar su tributo a los Consumos....


martes, 25 de diciembre de 2007

Y la palabra se hizo carne.

¡¡Feliz Navidad!!
Les deseo a amigos, conocidos y lectores, una ¡Muy Feliz Navidad!. Espero que en este día tan especial, puedan brindar y recibir amor.
Deseo, además, para ustedes y para mí, que la paz y la esperanza dejen de ser simples palabras, que recuperen su lugar en nuestras vidas.


Sería bueno tener presente la verdad que encierran ciertas frases trilladas, tal como aquella que reza que el mundo sería un lugar mejor si tratásemos mejor a nuestro prójimo.
Después de una infancia como atea, en el seno de una familia creyente, una adolescencia como agnóstica, hoy me reconozco como una persona con creencias. Puede que no sean del todo convencionales, pero son el fruto de la búsqueda y el compromiso, y así, en cierta forma he asimilado y construído a partir del cristianismo y el budismo, e incluso algunos principios taoístas. Y dentro de todas estas creencias, valoro ante todo la figura de Jesús, por haber hecho eje en el amor y la comprensión, en la búsqueda de la Verdad; por haberse enfrentado a prejuicios y odios, sin dejar de lado sus preceptos. Jesús murió porque al ser hombre sabía de nuestras limitaciones; nuestros temores y egoísmos; y, más aún, nuestra carencia de memoria. Siendo mártir es y será un recordatorio perenne; una luz perdurable en los vaivenes tempestuosos de la historia. Por todo esto, hoy, yo celebro.

Evangelio según San Juan 1,1-18.

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo". De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.


Extraído de la Biblia.
www.evangeliodeldia.org

domingo, 23 de diciembre de 2007

Scrooge

¿Quién no conoce al siempre vigente personaje de Charles Dickens?, recreado infinidad de veces en películas para cable, cortos animados y especiales navideños. Así mismo, ¿quién no tiene entre sus familares, conocidos y/o amigos, a alguien que, sin rivalizar con Scrooge, no deja de ser un detractor de la Navidad, los festejos y las buenas intenciones envueltas en papel brillante?.
Quizás no sea alguien que vemos alrededor, quizás sólo somos nosotros y por eso, en cierta forma, Scrooge hasta nos resulta simpático. No lo aprobamos, pero lo entendemos; lo entendemos porque empatizamos con él y empatizamos porque en algo nos parecemos. No se puede ser bueno todo el tiempo, si así fuera, ¿dónde quedaría la voluntad humana?.

Scrooge es el protagonista de "Canción de Navidad"("A Christmas Carol"), una historia de fuerte matiz moral escrita por Dickens en el año 1843. Dicho personaje se caracteriza por su avaricia, su falta de fé en los hombres, y en ese amor al prójimo que exalta la Navidad. Se conduce con total desinterés por quienes los rodean, incapaz de manifestar un gesto de bondad o compasión.
Sin embargo, su realidad y emociones se ven alteradas por tres visitas inesperadas: los tres fantasmas que encarnan al espíritu de la Navidad, en el pasado, el presente y el futuro.




"Canción de Navidad", fragmento- (1843)


..."La puerta del despacho de Scrooge permanecía abierta de modo que pudiera atisbar a su empleado que estaba copiando cartas en una deprimente y pequeña celda, una especie de cisterna. Scrooge tenía un fuego muy escaso, pero la lumbre del empleado era todavía mucho más pequeña: parecía un solo tizón. Pero no podía recargar la estufa porque Scrooge guardaba el carbón en su propio cuarto, y seguro que si el empleado entraba con la pala su jefe anticiparía que tenían que marcharse ya. Por consiguiente, el empleado se arropó con su bufanda blanca e intentó calentarse con la vela; no era hombre de gran imaginación y fracasaron sus esfuerzos.
-¡Felíz Navidad, Tío; que Dios lo guarde!- exclamó una alegre voz. Era la voz del sobrino de Scrooge, que apareció ante él con tal rapidez que no tuvo tiempo de darse cuenta de que venía.
-¡Bah!- dijo Scrooge-¡Tonterías!
El sobrino de Scrooge estaba todo acalorado por la rápida caminata bajo la niebla y la helada; tenía un rostro agraciado y sonrosado; sus ojos chispeaban y su aliento volvió a condensarse cuando dijo:
-¿Navidad una tontería, Tío? Seguro que no lo dices en serio.
-Sí que lo digo.¡Felíz Navidad! ¿Qué derecho tienes a ser feliz?¿Qué motivos tienes para estar feliz? Eres pobre de sobra."...


"¿Qué derecho tienes a ser feliz?", semejante frase queda suspendida en el aire como un piedra de hielo antes de impactar contra el cristal. Pero no es tanto el derecho a la felicidad lo que me incita a reflexión, sino el derecho que muchos se atribuyen para herir a los demás.

Deus Caritas Est.
(Quizás sea lo único memorable que haya salido de los labios de un hombre tan severo)

jueves, 20 de diciembre de 2007

La Navidad de García Lorca

Creí que Federico García Lorca vendría a mi rescate una vez más, brindándome el texto para la ocasión, y, en cierta forma lo hizo, pero así mismo me complicó. Encontré dos poemas que me gustaron, ambos pertenecen al poemario "Poeta en Nueva York"; uno parece el más indicado por la forma en que se titula y el otro, por las ideas que expresa. Finalmente, me percaté de que mi dilema no era tal...¿Por qué tendría que elegir si puedo, podemos, quedarme, quedarnos, con ambos?.



"Navidad en el Hudson" (Poeta en Nueva York, 1929-1930)


¡Esa esponja gris!
¡Ese marinero recién degollado!
¡Ese río grande!
¡Esa brisa de límites oscuros!
¡Ese filo, amor, ese filo!
Estaban los cuatro marineros luchando con el nudo.
Con el mundo de aristas que ven todos los ojos.
Con el mundo que no se puede recorrer sin caballos.
Estaban uno, cien, mil marineros,
luchando con el mundo de las agudas velocidades,
sin enterarse de que el mundo
estaba solo por el cielo.

El mundo solo por el cielo solo.
Son las colinas de martillos y el triunfo de la hierba espesa.
Son los vivísimos hormigueros y las monedas en el fango.
El mundo solo por el cielo solo
y el aire a la salida de todas las aldeas.

Cantaba la lombriz el terror de la rueda
y el marinero degollado
cantaba al oso de agua lo que había de estrechar
y todos cantaban aleluya,
aleluya. Cielo desierto.
Es lo mismo, ¡lo mismo!, aleluya.

He pasado toda la noche en los andamios de los arrabales
dejándome la sangre por la escayola de los proyectos,
ayudando a los marineros a recoger las velas desgarradas
y estoy con las manos vacíos en el rumor de la desembocadura.
No importa que cada minuto
un niño nuevo agite sus ramitos de venas
ni que el parto de la víbora, desatado bajo las ramas,
calme la sed de sangre de los que miran el desnudo.
Lo que importa es esto: hueco. Mundo solo. Desembocadura.
Alba no. Fábula inerte.
Sólo esto: Desembocadura.
¡Oh esponja mía gris!
¡Oh cuello mío recién degollado!
¡Oh río grande mío!
¡Oh brisa mía de límites que no son míos!
¡Oh filo de mi amor!¡Oh hiriente filo!



"Nacimiento de Cristo" (Poeta en Nueva York, 1929-1930)


Un pastor pide teta por la nieve que ondula
blancos perros tendidos entre linternas sordas.
El Cristito de barro se ha partido los dedos
en los filos eternos de la madera rota.

¡Ya vienen las hormigas y los pies ateridos!
Dos hilillos de sangre quiebran el cielo duro.
Los vientres del demonio resuenan por los valles
golpes y resonancias de carne de molusco.

Lobos y sapos cantan en las hogueras verdes
coronadas por vivos hormigueros del alba.
La mula tiene suño de grandes abanicos
y el toro sueña un toro de agujeros y de agua.

El niño llora y mira con un tres en la frente.
San José ve en el heno tres espigas de bronce.
Los pañales exhalan un rumor de desierto
con cítaras sin cuerdas y degolladas voces.

La nieve de Manhattan empuja los anuncios
y lleva gracia pura por las falsas ojivas.
Sacerdotes idiotas y querubes de pluma
van detrás de Lutero por las altas esquinas.

La Navidad de Platero

En esta ocasión, el texto elegido pertenece a un clásico de la poesía en prosa, libro infaltable en la biblioteca de la infancia: "Platero y Yo"; el libro más popular del poeta modernista Juan Ramón Jiménez (1881-1958).


"Navidad" (Platero y Yo, 1917)


¡La candela en el campo...! Es tarde de Nochebuena, y un sol opaco y débil clarea apenas en el cielo crudo, sin nubes, todo gris en vez de todo azul, con un indefinible amarillor en el horizonte de poniente... De pronto, salta un estridente crujido de ramas verdes que empiezan a arder; luego, el humo apretado, blanco como armiño, y la llama, que limpia el humo y puebla el aire de puras lenguas momentáneas, que parecen lamerlo.

¡Oh la llama en el viento! Espíritus rosados, amarillos, malvas, azules, se pierden no sé dónde, taladrando un secreto cielo bajo; ¡y dejan un olor de ascua en el frío! ¡Campo, tibio ahora, de Diciembre! ¡Invierno con cariño! ¡Nochebuena de los felices!

Las jaras vecinas se derriten. El paisaje, a través del aire caliente, tiembla y se purifica como si fuese de cristal errante. Y los niños del casero, que no tienen Nacimiento, se vienen alrededor de la candela, pobres y tristes, a calentarse las manos arrecidas, y echan en las brasas bellotas y castañas, que revientan, en un tiro.

Y se alegran luego, y saltan sobre el fuego que ya la noche va enrojeciendo, y cantan:
...Camina, María,
camina, José...
Yo les traigo a Platero, y se lo doy, para que jueguen con él.






martes, 18 de diciembre de 2007

Una Navidad Literaria

Me pareció una buena idea, teniendo en cuenta la temática del Blog, recrear la Navidad desde distintos textos literarios (cuentos, fragmentos de novelas, poesías, ensayos, microrelatos,etc) que hagan mención a ella.
La selección de los textos es totalmente caprichosa, teniendo como única condición la mención a dicha celebración Cristiana( y también pagana, hecho que podemos señalar teniendo en cuenta la exaltación de aquel personaje regordete del Jo-jo-jo, la masiva afluencia a los shoppings y demás centros comerciales, la profusión de arbolitos sintéticos, adornos luminosos y alimentos saturados en azúcar y grasas... para regocijo de los comercios, tarjetas de crédito y demás entidades con fines de lucro, y para desconsuelo de ciertos sacerdotes que aún esperan, nostálgicos, el incremento en la asistencia a las misas dominicales).
Si alguien quiere colaborar con esta nueva iniciativa, puede hacerlo enviándome su aporte a veronikamortissandi@gmail.com

Empiezo mi caótica selección con un relato poético del escritor galés Dylan Thomas(1914-1953), aquel que inspirara al mítico cantante-poeta Bob Dylan; célebre por la intensidad de su lenguaje poético, generoso en alegorías y simbolismos.



"El Árbol" (1934)


Sobre la casita que a distancia se encaraba con las colinas de Jarvis, se alzaba una torre donde anidaban los pájaros mañaneros y en torno a la cual merodeaban de noche las lechuzas. Desde el pueblo se divisaba en el ventanuco de la torre una luz como de luciérnaga detrás de las vidrieras.
Pero el interior del cuartucho sobre el cual hacían su nido los gorriones pocas veces estaba iluminado; de sus techos descacarillados pendían telas de araña, se dominaban desde él veinte millas a la redonda y sus rincones polvorientos con huellas de pezuña albergaban algún secreto.
El niño conocía la casita palmo a palmo, conocía los irregulares arriates y el cobertizo repleto de flores que desbordaban los tiestos, pero no lograba hallar la llave que abriera la puertecilla de la torre.
La casa cambiaba a vaivén de su capricho y los arriates podían tornarse mar, ribera o cielo. Cuando un arriate se convertía en una triste milla marina y él cruzaba navegando una superficie quebrada bajo las olas, del cobertizo surgía el jardinero como en un feraz islote de matorrales. También el jardinero, asido a un tallo, se hacía a la mar. A horcajadas de una escoba podía volar hasta donde el niño quisiera. El jardinero conocía todas las historias desde el principio del mundo.
-Al principio había un árbol-decía.
-¿Cómo era el árbol?
-Como aquel donde está silbando el mirlo.
-Es un halcón, es un halcón- exclamaba el niño.
El jardinero levantaba la vista hacia el árbol y veía un gigantesco halcón emperchado sobre una rama o un águila que se mecía al viento.
El jardinero amaba la Biblia. Cuando el Sol declinaba y el jardín se llenaba de gente, solía sentarse en el cobertizo a la luz de una vela y leía el pasaje del primer amor y la leyenda de la manzana y la serpiente. Pero lo que más le gustaba era la muerte de Cristo en un madero.En torno a él, los árboles formaban un cerco, y los tonos de sus cortezas y el fluir escondido de la savia por sus raíces le anunciaban el paso de las estaciones. Su mundo se tornaba y cambiaba al ritmo con que la primavera mudaba la desnudez del ramaje. De aquella tierra en forma de manzana nacía su Dios como un árbol echando en los brotes a sus hijos que las brisas invernales arrastraban a la deriva. El invierno y la muerte se movían en el mismo viento. El jardinero, sentado en un cobertizo, leía la historia de la crucifixión, mientras contemplaba los tiestos en el alféizar las noches de invierno. En noches así solía pensar que el amor no era nada y que muchos de sus hijos se tronchaban.
El niño transfiguraba los arriates en sus juegos. El jardinero le llamaba por el nombre de su madrey, sentándoselo sobre las rodillas, le contaba las maravillas de Jerusalén y el nacimiento en un pesebre.
-En el principio era la ciudad de Belén- le susurraba al niño antes de que la campana del crepúsculo le reclamase al té.
-¿Dónde está Belén?
-Muy lejos- decía el jardinero- Hacia el Este.
Al Este se alzaban las lomas de Jarvis, ocultando el Sol, al tiempo que los árboles levantaban de entre las yerbas la Luna.
El niño estaba en la cama. Contemplaba su caballo balancín y quiso tener alas para, montando en él, surcar los cielos de Arabia. Pero los vientos de Gales batían contra los visillos y subía un cri-cri de grillos desde la sucia parcela que había bajo la ventana. Sus juguetes estaban muertos.
Se puso a llorar y luego lo dejó al no saber la razón de sus lágrimas. La noche era ventosa y fría, se encontraba calentito entre las sábanas, la noche era inmensa como el monte y él solo era un niño en su cama.
Cerró los ojos y vio una cueva más profunda que la oscuridad del jardín donde el primer árbol que había soltado imposibles pájaros se erguía solitario con un fulgor de fuego. Se escaparon lágrimas de sus párpados y pensó que el primer árbol estaba plantado muy cerca de él, como un amigo en el jardín. Saltó de la cama y se acercó de puntillas a la puerta. El caballo balancín se columpió sobre sus muelles y el niño, sobresaltado, se escurrió sigilosamente y volvió al lecho. Miró al caballito y estaba inmóvil. Volvió a levantarse otra vez, avanzó de puntillas sobre la alfombra, alcanzó la puerta, dio una vuelta al picaporte y escapó a todo correr. A ciegas, subió hasta el final de las escaleras, ya arriba, contempló los oscuros escalones que llegaban hasta la puerta de entrada, vio cómo una hueste de sombras se revolvía por los rincones y al oír sus sinuosas voces, imaginó las cuencas de sus ojos y la delgadez de sus brazos caídos. Eran sombras pequeñas, secretas y sin sangre, surgidas de invisibles armaduras y envueltas en cendales de tela de araña. Le tocaron en el hombro y le hablaron al oído en un susurro. Corrió escaleras abajo: ni una sombra en la entrada y los rincones vacíos. Extendió la mano, acarició la oscuridad, y creyó sentir que una seca cabeza de terciopelo se le escurría por entre los dedos rozándole las uñas como una bruma. Pero no había nadie. Abrió la puerta y las sombras se precipitaron en el jardín.
Una vez en el sendero, sus temores le abandonaron. La Luna se había posado sobre los matorrales y la escarcha se extendía por la hierba. Llegó al término del sendero hasta el árbol iluminado más viejo aún que la luz con un hervor de bichos bajo la corteza y las ramas saliéndole como brazos helados de mujer. El niño tocó el árbol, éste se dobló a su tacto. Y una estrella que brillaba en el cielo más que ninguna se quemó sobre la torre de los pájaros con un fulgor que no alcanzó a alumbrar más que las deshojadas ramas, el tronco y las inquietas raíces. El niño de dirigió hacia el árbol sin vacilar. Rezó frente a él sus oraciones, arrodillado sumisamente sobre la ennegrecida leña que el viento de la noche había arrastrado. Y entonces, temblando de amor y de frío, volvió a correr entre los arriates de nuevo hacia casa.

Al Este de la comarca vivía un tonto que vagabundeaba por aquellos parajes, alimentándose del pan que le daban de limosna en las granjas. En cierta ocasión el párroco le había regalado un traje que cubría desmañadamente su escuálida figura y flotaba en el viento al pasar por los campos. Tenía los ojos tan abiertos y tan limpio el cuello que nadie podía negarse a sus súplicas. Y si pedía agua, leche le daban.
-¿De dónde eres?
-Del Este- decía.
Todos sabían que era un tonto, y le daban de comer por limpiar los jardines. Una vez, al clavar el rastrillo en el estiércol, oyó que del fondo de su corazón subía una voz. Echó mano de un montón de heno, atrapó un ratón, le hizo una carantoña en el hocico, y lo dejó escapar.

Todo el día estuvo el niño pensando en el árbol, le acompañó en sus sueños toda la noche, mientras la Luna se alzaba sobre los campos. Una mañana, a mediados de Diciembre, cuando el viento batía la casa desde las colinas más remotas y cuando aún la nieve de las horas oscuras blanqueaba los tejados y la hierba, salió corriendo hacia el cobertizo. El jardinero andaba componiendo un rastrillo que había encontrado roto. Sin decir una palabra, el niño se sentó a sus pies sobre un cajón de semillas y se quedó mirándole coser los dientes del rastrillo. Le pareció que nunca lo lograría con aquel alambre. Observó las botas del jardinero, húmedas de nieve, las rodilleras de sus pantalones, los botones desabrochados de su zamarra y los pliegues de la barriga que se adivinaban bajo una remendada camisa de franela. Miró sus manos ocupadas con los dorados nudos del alambre, eran unas manos toscas, pardas: había bajo sus rotas uñas manchas de tierra y en la punta de los dedos un amarilleo del tabaco. El rostro del jardinero tenía una expresión decidida mientras pasaba el alambre por entre los dientes del rastrillo, presintiendo que se iban a desprender del mango. Al niño le impresionaron la fuerza y la suciedad del viejo, pero, al mirarle la larga y espesa barba blanca e impoluta como la nieve, recuperó en seguida la confianza. Era la barba de un apóstol.
-Le he rezado al árbol- dijo el niño.
-Reza siempre a los árboles- dijo el jardinero, que pensaba en el calvario y en el paraíso.
-Le rezo al árbol todas las noches.
El alambre se escurrió por entre los dientes del rastrillo.
-Le he rezado a aquel árbol.
El alambre se rompió en un chasquido.
El niño, levantando el dedo por encima del invernadero señalaba el árbol que, a diferencia de los demás del jardín, no tenía huellas de nieve.
-Es el árbol mayor- dijo el jardinero, y el niño, ahora encaramado en el cajón, gritó con tanta fuerza que el malparado rastrillo cayó al suelo con estruendo.
-Es el primer árbol, el primero de que tú me hablaste. Al principio había un árbol, dijiste. Yo te oí.- exclamó el niño.
-El mayor es tan bueno como los demás- dijo el jardinero con voz condescendiente.
-El primero de todos los árboles- murmuró el niño.
Reconfortado de nuevo por la voz del jardinero, le dirigió una sonrisa al árbol a través de los cristales, y el alambre volvió a escurrirse del rastrillo roto.
-Dios crece en los árboles raros- dijo el viejo- Sus árboles vienen a extraños parajes a descansar.
Y mientras el jardinero desplegaba la historia de las doce estaciones de la cruz, el árbol agitaba sus ramas como saludando al niño.
De los negros pulmones del jardinero surgió una voz de apóstol.
-Le ayudaron a subir al árbol y le pusieron clavos en la tripa y en los pies. La sangre del Sol de mediodía, sobre el tronco del viejo árbol, teñía su corteza.
Desde las colinas de Jarvis, el tonto contemplaba el valle impoluto en cuyas aguas y praderas las brumas se levantaban y perdían. Vio que el rocío se deshilachaba, que el ganado se miraba en los arroyos y que las ocsuras nubes huían del rumor del Sol. Sobre los bordes de un cielo transparente apareció el Sol como un caramelo en un vaso de agua. El tonto sintió hambre cuando las primeras gotas invisibles de lluvia cayeron en sus labios, tomó en las manos unas briznas de hierba y, después de probarlas, le pareció notar su verdor en la lengua. Había luz en su boca y la luz era rumor en sus oídos: todo el valle era un dominio de luz. Ya conocía las colinas de Jarvis, por encima de las laderas del contorno se erguían sus perfiles, podían distinguirse a millas y millas de distancia, pero nadie le había hablado nunca del valle al que se abrían las colinas. Belén, gritó el tonto al valle, meditando el sonido de las palabras e infundiéndole toda la gloria de aquella mañana galesa. Se sintió hermano del mundo que le rodeaba, aspiró el aire igual que un recién nacido abraza y absorve la luz. La vida del valle de jarvis que era un vapor que ascendía de aquel cuerpo de árboles y prados y de aquel manojo de arroyos le prestaba sangre nueva. La noche le había secado las venas y el amanecer del valle le devolvía la sangre.
-Belén-dijo el tonto al valle.
El jardinero no tenía nada que darle al niño, así que, sacándose una llave del bolsillo, le dijo:
-Esta es la llave de la torre. El día de Nochebuena te abriré sus puertas.
Antes de oscurecer, el niño y él subieron las escaleras de la torre, metieron la llave en la cerradura, y la puerta, como la tapadera de una caja secreta, se abrió a su paso. El cuarto estaba vacío.
-¿Dónde están los secretos?-preguntó el niño, mientras contemplaba las enmarañadas vigas, las telarañas de los rincones y las vidrieras emplomadas.
-Basta con que te haya dado la llave- dijo el jardinero, que creía que en su bolsillo, junto con plumas de aves y semillas, se escondía la llave del Universo.
Como no había secretos, el niño se puso a llorar. Exploró una vez y otra la estancia vacía, pateaba el polvo tratando de hallar alguna disimulada trampa y golpeaba con los nudillos las desnudas paredes en busca de la hueca voz del cuarto que pudiera haber más allá de la torre. Pasó la mano por las telarañas de la ventana y através del polvo divisó la nieve de Nochebuena. Un mundo de colinas se escalanoba hasta el compás del cielo y cumbres que el niño nunca había visto alargaban los brazos a los copos de nieve. Se extendían ante é peñas y bosques, anchos mares de tierra estéril y una marea nueva de cielos barriendo las negras playas. Hacia el Este, sombras de criaturas inefables y una madriguera de árboles.
-¿Quiénes son aquellas?¿quiénes son?
-Son las colinas de Jarvis- dijo el jardinero-, que han estado ahí desde el principio.
Tomó al niño de la mano y lo apartó de la ventana. La llave volvió a introducirse en la cerradura.
Aquella noche el niño durmió bien, había una fuerza especial en la nieve y en la oscuridad, una música inalterable en el silencio de las estrellas y un silencio en el viento veloz. Belén estaba más cerca de lo que él esperaba.

La mañana de Navidad el tonto entró en el ajrdín. tenía el pelo húmedo y los zapatos nevados, rotos y enfangados. Cansado del largo viaje desde las colinas de Jarvis y desmayado de hambre, se sentó junto al viejo árbol hasta donde el jardinero había arrastrado un tronco. Entrelazó los dedos, mirando los desolados parterres y las malas hierbas que creían en lso bordes del sendero. Por encima de un alero rojo sobresalía la torre como un árbol de piedra y cristal. Se subió el cuello del abrigo, pues un viento fresco golpeaba el árbol, se miró las manos y vio que rezaban. Entonces el miedo del jardín vino sobre él, los matorrales se habían vuelto enemigos y los árboles, en avenida hasta la verja, levantaban sus brazos pavorosamente. Mirando a las colinas el lugar parecía esatr muy alto; desde el temblor de los penachos de una nueva montaña, parecía en cambio, estar muy bajo. El viento soplaba aquí con fuerza rasgando rabiosamente el silencio, arrancando de las ramas viejas una voz judía. El silencio latía como un corazón. Sentado ante las crueles colinas, oyó una voz que desde su interior clamaba:
-¿Por qué me trajiste aquí?
No pudo decir por qué había venido, le habían dicho que viniera y alguien le había guiado, pero no sabía decir quién. De los arriates surgió una voz y empezó a diluviar.
-Dejadme- dijo el tonto, volviéndose contra el cielo-. Tengo lluvia en la cara y viento en las mejillas.- Y abrazó la lluvia.
Allí lo encontró el niño, al amparo del árbol, soportando la tortura del tiempo con divina paciencia, con una triste mueca de sonrisa en los labios y el cabello desaliñado al viento.
¿Quién era aquel extraño?. Tenía fuego en los ojos y el cuello desnudo bajo el abrigo, pero sonreía sentado contra el árbol el día de Navidad.
-¿De dónde has venido?- preguntó el niño.
-Del Este- respondió el tonto.
No le había engañado el jardinero y la torre tenía un secreto. El árbol raído que relucía en la noche era el primero de todos los árboles.
Y volvió a preguntar.
-¿De dónde has venido?
-De las colinas de Jarvis.
-Pónte de pie contra el árbol.
El tonto, sonriendo todavá, se levantó y reclinó la espalda contra el tronco.
-Pon los brazos así.
El tonto extendió los brazos.
El niño escapó corriendo hacia el cobertizo, y al llegar a los arriates empapados, vio que el tonto no se había movido, que todavía seguía allá, con la espalda contra el árbol y los brazos abiertos erguido y sonriente.
-Déjame atarte las manos.
El tonto sintió cómo el alambre inútil del rastrillo ceñía las muñecas, se le clavaba en la carne, y la sangre de las heridas manaba brillante y caía sobre el árbol.
-Hermano- dijo. Y vio que el niño sostenía en la palma de la mano unos clavos de plata.


lunes, 17 de diciembre de 2007

El llamado de Jack

Jack era un aventurero, un hombre enérgico, tenaz y ambicioso. El llamado de la vida fluía intensamente en él, convirtiéndolo en uno de sus hijos pródigos.
¿Quién era Jack?.
Jack era y es John Griffith London, conocido por amigos y lectores como Jack London. Nació en San Francisco en 1876 y su historia no tiene nada que envidiarle a las novelas de aventura que escribía.
Su infancia transcurrió bajo los cuidados de su madre, una mujer de origen adinerado llamada Flora Wellman y de una esclava, Virginia, que fue como una segunda madre para él. Es muy probable que esta fuerte presencia femenina, sea una de las razones por la cuales Jack London fue un defensor de los derechos de la mujer y su rol en la sociedad, apoyando el sufragio femenino. Siendo apenas un adolescente se dedicó a oficios diversos tales como pescador, marino y minero en Alaska. Es justamente de todas estas experiencias, de su trato directo con hombres que luchaban con y contra la naturaleza, que se nutrió para escribir novelas como "El llamado de la Selva" (The Call of the Wild), "El lobo de Mar", "Colmillo Blanco", etc.
Fue un autor constante y productivo, escribió más de 50 libros entre novelas, cuentos y ensayos. También mantenía una copiosa producción epistolar.
Su mayor pasión, sin embargo, no fueron su escritura ni los muchos viajes que emprendiera, sino el rancho que construyó para vivir y envejecer en él. Jack London enriqueció este rancho a lo largo de los años, dedicándole esfuerzo y dinero, proyectando en él sus mayores ambiciones, concretando en su suelo esa búsqueda incesante de lo primigenio. Fue la pérdida de ese lugar tan ansiado por él, a raíz de un incendio, que Jack se desmoralizó y endeudó. A partir de ese momento, su vida corre cuesta abajo a la par que su salud, encontrando la muerte en el año 1916.
Jack London, un escritor exitoso y, contradictoriamente, de ideas socialistas, sentó precedentes. Fue el primer escritor en comercializar su nombre como marca. Así como también, el primero en trabajar con los estudios cinematográficos, transformando varios de sus libros en películas. Tuvo, sin lugar a dudas, una fuerte presencia mediática y fue ampliamente admirado como escritor y como hombre.


Así escribía...


"Antes de Adán" ("Before Adam" 1904)


Capítulo III

El más común de los sueños de mi infancia era algo semejante a esto: me parecía que era yo muy pequeño y que yacía acurrucado en una especie de nido de ramillas y hojas. A veces estaba tendido sobre la espalda. Yacía largas horas en esta postura, contemplando el juego de la luz sobre mi cabeza y la agitación de las hojas al soplo del viento. Muchas veces, cuando el viento era fuerte, el nido se balanceaba.
Pero mientras yacía en el nido, siempre me dominaba la sensación de estar sobre un tremendo vacío. Nunca lo vi, ni nunca me asomé al borde del nido para verlo; pero temía a aquel espacio que asechaba debajo de mí, amenazándome siempre como si fuera el buche de algún monstruo devorador.
Soñé muy a menudo en mi infancia este sueño en que permanecía quieto, que era más bien una condición que una experiencia activa. Más, de repente, entrarían en avalancha, en medio de este sueño, formas extrañas y feroces acontecimientos, el trueno y el estallido de la tormenta, o bien panoramas no acostumbrados, que en nada se parecían a los que había visto despierto. El resultado de todo ello era la confusión y la pesadilla incomprensible, sin enlace ni lógica."...




Fuentes: "Antes de Adán"- Jack London- Biblioteca Actual- Ediciones Nuevo Pais-- 1987
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